Es momento de resolver dudas y saldar deudas, de hacer confidencias a un público displicente, de arrancar la piel de mi pecho, abrir las costillas y, con el corazón en la mano, pedir perdón a un ente cósmico alejado de mi propio entendimiento. No trato de parecer vulnerable, aunque mis lágrimas se desborden y se desangre mi alma formando un estanque de palabras indecisas. No trato de parecer frágil, a estas alturas de mi vida la polvareda es menos densa, las rocas han tomado asiento y cementan mis pasos sin cuestionar si la dirección en la que van pueda o no ser equivocada; un acierto o una lección se quedará grabada. Trato de poner el alma en los dedos y traspasar a un papel vestido con la pureza del blanco los sentimientos que siento y no comprendo, las sensaciones que me embriagan y me llevan más allá de mi consciencia. Qué sabré yo de trascendencia. Dígale usted a estos versos quién son, que yo jamás pude ponerles nombre. Dígale usted al poeta quién es, que de mí todavía se esconde.