El fugitivo ha encontrado por fin su refugio en el mundo. Habita una sincera soledad reconciliada con la luz de la naturaleza que le sirve ahora de alivio ante todo el dolor existencial que tuvo que padecer. Es en este jardín cercano donde ha encontrado su plenitud lejos de la esperanza y el pensamiento, de manera que el regreso al laberinto civilizado le enfrenta continuamente con esa otra realidad que siente cada vez más lejana. El testimonio que nos deja es crudo porque desea que sea el último, antes de retirarse definitivamente al silencio. Su prosa poética envuelve de belleza la renuncia, expresada como si fuera un diario en el que contrasta su intento de explicar la innombrable experiencia del iluminado con la continua exigencia que la sociedad le reclama para encontrar su utilidad.